Bereshit 44:18 – 47:27
Haftarah: Yejezqel 37:15–28
En esta semana estudiamos la perashá “Wayigash”, “Y se acercó”.
La Torá nos muestra a Yehudá dando un paso decisivo: se acerca al poderoso virrey de Egipto —sin saber que es su propio hermano Yosef— y se ofrece a sí mismo como esclavo en lugar de Binyamín. Este momento es el punto de giro de toda la historia de Yosef. El mismo hermano que años atrás había participado en venderlo, ahora está dispuesto a sacrificarse para no causar dolor a su padre. Aquí vemos lo que realmente significa teshubáh: no solo arrepentirse del pasado, sino actuar distinto cuando se presenta la misma oportunidad.
Conmovido por las palabras de Yehudá, Yosef ya no puede contenerse. Se revela a sus hermanos en lágrimas, los abraza y los perdona. La familia rota comienza a reconstruirse. Sin embargo, la reconciliación no ocurre en la Tierra Prometida, sino en Egipto, el lugar del exilio. La pregunta que surge es: ¿Por qué la unión de los hijos de Israel nace en un contexto de galut, lejos de la tierra de sus padres? La respuesta es profunda: a veces Hashem permite que bajemos a “Egipto” —a situaciones incómodas o difíciles— para quitarnos el orgullo, mostrarnos nuestra dependencia mutua y enseñarnos a priorizar la hermandad por encima del ego.
Más adelante, Ya‘aqob desciende a Egipto, se reencuentra con Yosef y la familia se establece en Goshen. Allí, en el extranjero, comienza a formarse el pueblo que más tarde saldrá con mano fuerte. Aprendemos que no debemos confundir comodidad con bendición, ni dificultad con abandono divino. La presencia de la Shejiná acompaña a Ya‘aqob fuera de la tierra, y eso nos enseña que la cercanía con Hashem se mide más por la calidad de nuestras relaciones y nuestra fidelidad que por la geografía.
La haftará de Yejezqel retoma el tema de la unidad entre los hermanos a nivel nacional: el profeta toma dos maderos, el de Yehudá y el de Yosef, y los une en una sola vara en su mano. Es la promesa de que, al final de la historia, las divisiones internas del pueblo se curarán y habrá un solo rey, un solo pueblo y un solo corazón sirviendo al Eterno. Así entendemos que cada gesto de acercamiento —cada “wayigash” entre hermanos, amigos o miembros de la comunidad— es una pequeña preparación para esa unidad final.
Que esta perashá nos inspire a dar el primer paso en nuestras propias rupturas, a pedir perdón cuando sea necesario, a proteger a nuestros “Binyamín” y a construir puentes incluso en medio del exilio personal. Así, como Yosef y sus hermanos, podremos transformar nuestras historias de dolor en historias de reconciliación y en vehículo para que la Presencia divina habite entre nosotros.
Rabbi Netanel Gil