Debarim (Deuteronomio) 11:26-16:17

La perashá de esta semana se titula “Re’éh” (“mira”).

Nuestro Maestro Moshé exhorta al pueblo a considerar el camino por delante: la bendición o la maldición. Esta porción incluye detalles sobre la dieta kasher, ofrendas y dádivas en el Templo, el año sabático y la idolatría. En este comentario nos enfocaremos en el tema de la idolatría.  

Existe una rama de la antropología que se dedica al estudio de la religión de un grupo étnico o región. Algo peculiar al estudiar las religiones del mundo es que el ser humano tiene un deseo innato de entender por qué existe. Ya sea en el hinduismo, budismo, animalismo o las tradiciones Abrahámicas, el creyente intenta entenderse a sí mismo a través de lo creado y, por ende, entender al Creador. Al considerar la naturaleza y especialmente a los astros, uno se pregunta: “¿Quién soy yo y cómo llegó todo esto aquí?” Al contemplar más, el más diligente llegará a entender que su naturaleza está compuesta de un aspecto físico y uno metafísico. Entonces surgen otras preguntas como: “¿Que pasará cuando muera? ¿A dónde iré?

Cada año, miles de judíos visitan la India y otros lugares en búsqueda del Dio. Sin embargo, la Toráh dice:

“Si tu propio hermano, o tu hijo, o tu hija, o tu esposa amada, o tu amigo íntimo, trata de engañarte y en secreto te insinúa: “Vayamos a rendir culto a otros dioses”, dioses que ni tú ni tus padres conocieron, dioses de pueblos cercanos o lejanos que abarcan toda la tierra, no te dejes engañar ni le hagas caso”.

Además de esto, el Eterno manda destruir los artefactos religiosos extraños y prohíbe el aprendizaje de aquellos servicios extraños a la Toráh, no sea que la mente de uno le engañe.

Paradójicamente, la Toráh exige el uso de artículos como los tefilín y ṣiṣiyot para lograr que el israelita se apegue al Bendicho, ya que el aspecto físico predomina en el hombre. Según Maimónides, esta es la razón por la cual tenemos tantos preceptos materiales, siendo el servicio del Templo el más evidente. 

En cada generación y región donde vive nuestro pueblo, se levantan “profetas” y “mesías”. Ya se ha demostrado que el hombre naturalmente busca entender a la Divinidad a través de algo mayor de sí mismo. Por esta razón El Eterno, alabado Sea, advierte al pueblo:

“Cuando en medio de ti aparezca algún profeta o visionario, y anuncie algún prodigio o señal milagrosa, si esa señal o prodigio se cumpliere y él te dice: “Vayamos a rendir culto a otros dioses”, dioses que no has conocido, no prestes atención a las palabras de ese profeta o visionario.”

Hoy en día se ha popularizado el acudir a un “santo” dentro de la filosofía judía, comúnmente en círculos jasídicos y comunidades del oriente. Es interesante notar que ambos comparten ideologías fundamentadas en el Zohar y en las enseñanzas del Isaac Luria. Muchos, sanamente, afirman que estas enseñanzas forman parte del ámbito más espiritual de la Toráh. Ellos se dejan llevar de susodichos “cabalistas” y hacedores de milagros, quienes desvían a los indoctos del camino recto.

Esta perashá nos enseña claramente que no debemos poner intermediarios entre nosotros y el Creador, bendito Sea. Esta es la forma de idolatría más sutil que nace dentro de nuestro propio medio. Estos “visionarios” y “magos” judíos transmiten enseñanzas con orígenes en el hinduismo, el gnosticismo y el cristianismo, en nombre del misticismo, cuando el Talmud establece que sólo hay dos ideas místicas en la Toráh, a saber: Ma’aséh Bereshith y Ma’aséh Merkabáh (Talmud B. Ḥaggigáh 19a); las cuales los Doctores de la Ley prohibieron enseñar en público, limitando su estudio a eruditos preparados, de manera que nadie pudiera engañar ni manipular diciendo que posee las “llaves del Universo”.

Dice el Eterno en esta perashá que Él envía a estos impostores para probarnos para ver si realmente lo amamos con todo nuestro corazón y nuestra alma. Por comparación de pasajes, podemos concluir que amar al Eterno implica amarlo sin necesidad de mediadores. 

La idolatría es muy atractiva al ser humano porque le es fácil rendir culto a una imagen. Más allá de este tipo de idolatría, existe el nivel donde el ser humano crea una imagen filosófica de la Divinidad a la imagen y semejanza del ser humano. Nótese el concepto de las 10 sefiroth. El Rambam explica en Dalalát Al-Ha’irín (Guía para los perplejos) que los antropomorfismos encontrados en el Tanakh sirven solamente como metáforas de la realidad y es un grave error suponer que El Eterno, alabado sea, esté limitado a expresarse de esa forma.

El Ḥakham Behaye Eben Paquda expone maravillosamente en Ḥoboth HaLebaboth (Deberes de los Corazones) sobre la unidad y unicidad del Creador, bendito sea. Lo que no se puede dividir, no tiene comienzo ni fin. Es decir, es infinito. Esto se ve claramente en la rama de las matemáticas—las series de la infinidad. Queda comprobado que sólo hay una realidad en el Universo que se conforma a este principio. Dos veces al día, el israelita lo proclama: “Shemá Israel, ADONAY Elohenu, ADONAY Ehad”.

Sea la voluntad del Bendicho que podamos servirle con una percepción clara.

Review Your Cart
0
Add Coupon Code
Subtotal