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Perashat Mishpatim marca una transición crucial en la Torá, pasando de la imponente revelación en el Sinaí a las leyes detalladas que moldearán la sociedad israelita. Este cambio no es incidental, sino fundamental: demuestra que la sabiduría divina no se limita a momentos de profecía, sino que se extiende al tejido mismo de la vida cotidiana. Las leyes aquí presentadas no son decretos arbitrarios, sino un sistema estructurado destinado a refinar el comportamiento humano y crear una sociedad justa. La Torá no concibe la rectitud como un ideal abstracto, sino como algo arraigado en obligaciones legales y éticas que guían a las personas hacia la justicia a través de la práctica, en lugar de la mera contemplación.

Esta idea se hace especialmente evidente en el tratamiento de la servidumbre, con el cual se abre la perashá. A diferencia de la cruel y opresiva esclavitud de Egipto, la Torá impone límites y protecciones, asegurando que incluso los miembros más vulnerables de la sociedad sean tratados con dignidad. Este marco legal reconoce la realidad de la dependencia económica, pero a la vez orienta a la sociedad hacia estándares éticos más elevados. La naturaleza humana no cambia de la noche a la mañana, pero las leyes pueden dirigir a las personas hacia una vida más justa y compasiva.

Las leyes sobre daños ilustran aún más este principio. En lugar de imponer castigos indiscriminados, la Torá distingue cuidadosamente entre el daño intencional, la negligencia y el accidente. Esta precisión legal refleja una profunda comprensión de la naturaleza humana: la justicia requiere equilibrio, asegurando que las transgresiones sean corregidas proporcionalmente, al tiempo que se permite la rehabilitación y la equidad. Un sistema así fomenta la responsabilidad personal sin desestabilizar a la comunidad, demostrando que la justicia divina no se trata de venganza, sino de calibrar la ley con la realidad humana.

Una preocupación similar por la formación moral se refleja en el énfasis repetido de la Torá en la protección del extranjero. La prohibición de oprimir al guer está ligada a la experiencia histórica de Israel en Egipto, convirtiendo la responsabilidad ética en una cuestión de identidad nacional. La justicia no es simplemente un conjunto de normas, sino una toma de conciencia: haber sufrido la injusticia en el pasado obliga a garantizar que no se repita con los demás. La ley, en este sentido, no es solo una herramienta de gobierno, sino un medio para moldear el carácter, creando una sociedad donde la justicia sea un hábito arraigado y no solo una obligación externa.

Todos estos temas convergen en el momento del pacto al final de la perashá, cuando el pueblo declara: Naasé wenishmá—»Haremos y escucharemos». La acción precede a la comprensión porque la sabiduría se adquiere a través de la experiencia vivida. Las leyes de Mishpatim no solo buscan mantener el orden; son un medio para perfeccionar tanto a las personas como a la sociedad. Al integrar la justicia, la compasión y la responsabilidad en la vida diaria, la Torá transforma la revelación de un evento momentáneo en una realidad duradera, donde la sabiduría divina se manifiesta no en milagros, sino en la conducta ética de la humanidad.